Tentación en una botella

Mirar este bello conjunto de botellas me ha hecho pensar, en lo cercano y a la vez lejano que se encuentra el beber vino, de cometer un pecado.

Por supuesto sin afán de entrar en honduras religiosas ni éticas, al observar cuidadosamente este hermoso conjunto de botellas, no pude evitar pensar en lo tentador que es tener la intención de beber vino.

Un siquiatra y escritor argentino, de nombre Luis Jait, a quien tuve la gran fortuna de conocer en persona, esta semana dijo algo que, en el momento en que lo enunció, me pareció  brutalmente cierto:

“Lo más atractivo del vino es su promesa de llegar a embriagarnos.”

No cabe duda de que quienes disfrutamos del vino, encontramos ciertamente placer en su ritual, en el escoger la botella indicada, preparar bellas copas, servirlo cuidadosamente, observarlo con nuestros sentidos (¡¡ojalá todos!!), hasta efectivamente beberlo. Ahora bien, reconozcámoslo, lo que realmente nos atrae, aquello que nos provoca intensamente, es imaginarnos su disfrute, soñar con lo que vendrá después  de que hemos tragado el primer sorbo, el segundo, el tercero… ¡El vértigo!… Tenemos la certeza de que todo aquello nos gustará, pero aun así, existe esa probabilidad de que obtengamos algo más, o en su defecto el riesgo, de que perdamos algo. Porque como son los siete pecados capitales, que simbolizan las botellas de la imagen, la línea que divide el disfrute con  el comienzo del vicio, es muy delgada, demasiado tenue, tanto que en ocasiones puede volverse invisible…

Pero bueno, hay una gran ventaja que distingo del vino, por sobre otras bebidas alcohólicas (y otras tentaciones) y es que su beber, junto a las comidas, es lento, pausado, de preferencia entre amigos y por lo mismo muy conversado. Con esto, la embriaguez aunque muy probable si queda al descuido, puede permanecer ahí, en tan sólo una promesa, lo que lo hace aún más excitantemente atractivo.

¡Salud!

IdV.

 

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