Jorge Teillier y su Confesión de Vinos

Hay palabras que tocan, otras que remueven, que inspiran. Hay otras que hieren y duelen. Algunas en cambio acarician, tranquilizan…

En la poesía, el dardo para provocar emociones mediante las palabras, es quizás de los más certeros. Escucharlas encadenadas en un verso, evocan melodías acompasadas, muy sentidas. En ocasiones la única forma de entenderlas, es abriendo dócilmente el corazón. Porque la razón se resiste a comprenderlas. No es que le sean difíciles, simplemente no es capaz de descifrarlas.

En los versos que compartimos a continuación del poeta chileno Jorge Teillier, uno puede sentir en las palabras, su melancolía y hastío, aún cuando vienen teñidas de algún dejo de esperanza, la cual se la atribuye a quien nos convoca, el vino. «Es mejor morir de vino que de tedio / Sin pensar que puede haber otras cosechas» .  El hecho mismo de  pensar en la muerte no deja de ser oscuro , sin embargo la alternativa de que esté acompañada de vino aquella muerte, deja entrever que quizás no será por lo mismo, tan dolorosa y sufriente. En otras líneas en este mismo espacio, hemos abordado la capacidad de suavizar las asperezas que el vino tiene, de encender una luz donde hay tinieblas, de soltar amarras cuando hay tensión, incluso de darnos valor cuando el miedo nos embarga. Es probable (aunque sabemos certeza hay de lo mismo), que el autor conociera muy bien estas dotes del vino y por lo mismo, lo haya preferido para sobrellevar instantes amargos, como los que enumera y detalla en sus estrofas.

Entonces, sin más los invito a «sentir» ustedes mismos estas facetas del vino, a través del poema «Pequeña Confesión» (Dedicado al poeta ruso Serguei Esenin).

Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento
-ese deseo que le viene a todo el mundo-
pero preferí mirar una pistola
la única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

«Es mejor morir de vino que de tedio»
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.

 

Fuente: «Para un pueblo fantasma», Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1978, pp. 77-78.

 

¡Salud!

IdV.