El Color del Vino

Cuando pienso en el color del vino, inmediatamente a mi memoria vienen las primeras líneas de la Oda al Vino de Pablo Neruda: «Vino color de día / vino color de noche…»

¿Por qué sin poseer éste un único color, pareciera que todos en nuestro imaginario, conserváramos solo uno para recordarlo o referirnos a él? ¿Será una convención? ¿O solo un acuerdo tácito, enraizado en nuestra cultura y herencia, donde la hegemonía de los vinos tintos, supera y opaca con creces a los vinos blancos?

Convengamos que el vino sí, dentro de sus tonalidades se concentra fundamentalmente en una parte del espectro cromático, pero ésta no es una parte restringida. Por el contrario, si consideramos que la misma incluye a rojos, púrpuras, rosas, anaranjados y amarillos, podemos darnos cuenta que las opciones son diversas. E incluso, éstas pueden ser aún más de una, si las anteriores se combinan para dar la tonalidad final, resultante de la naturaleza de la fruta junto a su origen sumados a las condicionantes de elaboración y guarda del vino mismo…

Ahora bien, si esto del color del vino lo llevamos a un extremo, ¿qué son si no los colores burdeos, borgoña, marsala y champaña? ¿No  hacen alusión en sí mismos a afamados y únicos vinos del mundo? O por su parte, ¿qué son el ‘conchevino’, ‘vino tinto’ y ‘rojo vino’? ¿Colores, matices o tonalidades? ¿Son semejantes, o totalmente diferentes?

Ya el poeta lo enunció y resolvió en sus versos: «… Que lo beban / que recuerden en cada / gota de oro / o copa de topacio / o cuchara de púrpura / que trabajó el otoño / hasta llenar de vino las vasijas…».

¡Salud!

IdV.